Mara
Mara es mi mejor amiga y confidente, la conocí gracias a mi ex --cuya madre extraño tanto y de quien en su momento escribiré-.
Mara vivió durante muchos años en una cabaña alejada en las profundidades del verdoso bosque de Huasca, allí en una pintoresca cabaña de madera y techos de arcilla con frescos policromados y murales mitológicos con influencias italianas y grecorromanas. Todo hecho por un "Semidios Italiano" de descendencia real europea, que implementó la técnica del color en el barro de Huasca, lugar en el que se volvió ampliamente reconocido.
Aclamado y multicitado señor que por las noches se decía brujo y al embrutecerse al combinar cocaína con coñac obligaba a Mara a no hablar, a no dormir, a ser su fiel sirviente en sus veladas rodeadas de los más prestigiosos empresarios colonos con rimbombantes apellidos.
Era muy predecible, le fascinaba esconderse en lo más profundo del bosque y organizaba las veladas más locas jamás imaginadas, justo cuando el dinero escaseaba se encerraba día y noche sin salir de su estudio, cuando terminaba Voilá! se iba a México a vender sus oleos y regresaba pronto hambriento de verde, sediento de licor y ávido de polvos blancos.
Una vez, --Mara recuerda-, nuestro príncipe en cuestión se molestó con el de la tienda del pueblo, rápidamente Mara salió y al verla le hizo una seña para que callara, entonces ella vio como introducía un pergamino con maldiciones en la boca del sapo, luego se la cosió y lo quemó vivo.
Encantador hombre con letra adornada, ojos hermosos, cuerpo perfecto, dominio del italiano/portugués y poéticas interpretaciones de “la Odisea de Homero” estuvo a punto de matar a Mara,... ella, con la nariz rota y sangrante tuvo que recorrer esas obscuras veredas verdes hasta poder llegar al chalet de los suizos a pedir auxilio.
Esa noche, “Chachita”, la entonces nana de la hoy dueña del autódromo de Pachuquilla cuenta se le vio corriendo por el campo santo con sus hermosos caireles azabaches, y su tersa piel morena al compás de la luna, después huyo de Huasca hacia Italia donde fue seleccionado para pintar la capilla de San Romolo para las fiestas del santo patrono de Fiesole en Florencia.
Lo último que supimos de él es que había regresado a México y al fallecer sus padres perdió la casa de Jurica y hoy lo único que conserva son sus recuerdos, su amor desmedido por Massiel, la que en sus propias –y obsesivas- palabras denomina como "arcángel azul"; al parecer recluido por algún lado verdoso cerca de Metepec.

Hoy Mara lo recuerda como el amor de su vida, el mismo que la envió derechito al psiquiátrico por un buen rato, que volvió dependiente al litio, y que si bien dejó mágicos momentos impregnando su vida de cultura, de óleos, de vitrales, de noches de Nietszche y de Kafka... pero también de una nariz rota y una irreparable experiencia sobre el dolor humano.
Yo la amo porque entrar a su casa es admirar postales de todos los rincones del mundo en la escalera, es ver colgada una corona de laureles de árboles griegos, de olores a medio oriente, de abanicos japoneses enormes, de cartas de penpals picosos, de historias --tipo Loaeza- sobre la gente más snob de Pachuca, de una canastita en la mesa de centro con los libros de la semana… pero sobre todo de pescados envueltos en aluminio bañados en olivo, con pimienta negra y el sazón del apio al lado de rodajas de jitomate, de un buen Chardonnay y de interminables risas al compás de la voz de Serrat.

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