giovedì, maggio 24, 2012

Carta de un náufrago


Soñé que el río me hablaba
Con voz de nieve cumbreña
Y dulce, me recordaba
Las cosas de mi querencia

Fernando:

A mi vida llegaste hace ya varios años, una última noche de diciembre en un restaurante de la colonia Condesa, escuchaba a mi pareja interpretar el primer movimiento de las variaciones de Goldberg tras regalarme tu libro: "El impronunciable". Al adentrarme en él ya sentía empatía con tu humor negro y tu sarcasmo perenne, como al elegir entre dos papas asesinos a Rodrigo Borgia por ser más audaz o describiendo a los albigenses entrando callados y resignaditos a su hoguera. Después vendrían los que más me han conmovido, como los días azules tan parecido al olvido que seremos de Abad Faciolince, recorriendo las fincas antioqueñas e imaginando esa pompa de jabón que es la felicidad dionisiaca materializada en el niño Fernando Vallejo lanzando papeletas incandescentes en el cielo estrellado un veinticuatro de diciembre, sobre la finca Santa Anita, añorando los ríos salvajes de Heráclito, que nunca se asemejarán al Papaloapan de Parménides.

Comencé, entonces, a averiguar todo sobre tí y encontré tu amor inconmensurable por nuestros hermanos animales poseedores de un SNC desarrollado, a conmoverme por esa escena en que Barbet Schroeder, basado en tu libro dirige la escena más conmovedora que recuerdo, donde te cuestionas por un dios tan cabrón que deja sufriendo en una alcantarilla a un hermano indefenso ante una humanidad rapaz que todo lo consume, que todo lo apaga. 


Anoche tuve un sueño, soñé que abrazaba un animal en extinción (como aquél ultimo Tigre de Tasmania filmado por última vez en 1936). A su piel cubierta de llagas me abrazaba para encontrar ahí alivio a mi impotencia. Después de eso, ante el temor del umbral de mi muerte el único consuelo que he encontrado ha sido imaginar que ya no viviría para ser testigo y congénere de la barbarie. De la gran ramera carnívora y desolladora que nos impuso el velo negro de que somos no somos iguales a ellos.

Tu que puedes, vuélvete
Me dijo el río llorando
Los cerros que tanto quieres
-me dijo-
allá te están esperando.

Recuerdo con orgullo cuando supe de tu premiación en la FIL, porque sabía que su destino correría la misma suerte que el Rómulo Gallegos, por automasía. Y sin embargo no asistí, al imaginarme en medio del anonimato en una sala llena de tartufos que no entenderían que sólo se puede alzar la voz cuando se ama, amor a la segunda patria que te cupo en suerte para pedirle cuentas al septuagenario pri (así, con minúsculas) de los corruptos. Como si al callarse la boca no existieran las verdades o al filmar una película se promovieran.


Caminando por la calle Ámsterdam he imaginado tantas veces encontrarme contigo, pero nuestros caminos siempre se bifurcan, de un modo o de otro y hasta ahora no he podido quitarme de la mente tus lágrimas en el documental de Luis Ospina donde culpas a tu padre por haberte encartado la vida: "la vida es un encarte, la vida es una desgracia" -dices entrecortado-, mientras de tus ojos, plenos de ternura, brotan lágrimas en silencio.

Lo que nunca he hecho, en cambio, es elucubrar sobre si te encontrara que reacción tendría. Si el miedo me paralizaría y pasaría de largo, una tarde lluviosa con el paraguas bien abierto. O si con un poco más de agallas preguntara si realmente despeñaste al gringuito allá en el país de asesinos de cabras en los campanarios, y del enchocolamiento a la madame, en el de Luis XIV. Te contaría, quizás, de las risas al leer sobre las múltiples nacionalidades del dizque poeta Octavio Paz, o el ego supino del pintorcito Cuevas. Intentaría saber lo que pasaba por tu mente cuando vaticinas la muerte de Alí Chumacero, en "El don de la vida". ¡Es que ya estamos todos anotados en mi libreta!, -me contestarías-.

Anoche, de madrugada, veía con alegría tu sonrisa y esa luz que te ilumina el rostro cuando llegas a Colombia (tierra tuya donde eres profeta). Pidiendo a Gloria Valencia de Castaño sentarse a tu izquierda, del lado de tu corazón. Al final de la entrevista despedías con el Joropo de Moises Moleiro, tan sutil es que me ha traído a la mente las piezas mexicanas para piano del siglo XIX (cuando Oligopolilandia se llamaba México), entonces pensé en el Intermezzo de Manuel M. Ponce o en Manuelita de Melesio Morales. Por eso he querido que tuvieras este presente: los "Aires Mexicanos".

Es cosa triste ser río
Quién pudiera ser laguna
Oír el silbo del junco
Cuando lo besa la luna.
 


Esta tarde, como tantas otras, me conformo con saber más de Rufino José Cuervo, imaginarte en tu piso de paredes rojas, escorpiónicas, interpretando un nocturno de Chopin en tu Steinway negro . Comensal invisible de la sopa de frijoles de Ángeles Mastretta escuchando calladamente las anécdotas de Juan Cruz. Yendo en un vuelo hacia la Feria del Libro en Bogotá, contemplando desde la ventanilla esas montañas silenciosas, compañeras fieles de ríos agrestes o incendiando edificios plagados de negros, en Queens.

Cierro mis ojos y ciertas frases se deslizan por mi mente, en ralenti. Salen a borbotones de los rincones de mi memoria a veces cómplice, a veces traicionera. Sé lo que es: la lamentación de Octubre, de Barba Jacob sobre el vago espectro de un brumoso ayer. Líneas que por ciertas son dolientes, pero que al mismo tiempo recuerdan que así como admiras a gente como él, como Cuervo o tu hermano Aníbal, ahí está tu obra para posteridad del aquí y del ahora, para quienes como yo admiramos y respetamos tu ideología, tu gramática perfecta y la nobleza de tu alma, esa alma que ante el Alzheimer queda en evidencia como aun más perecedera que el cuerpo mismo, esa que cuando dormimos sin soñar, muere.

Escrito por Nelson Varela. (Mayo 2012).

Qué cosas más parecidas
Son tu destino y el mío
Vivir cantando y penando
Por esos largos caminos.

Tú que puedes, vuélvete.
(Atahualpa Yupanqui)




"

1 Commenti:

" Anonymous Lily ha detto...

Bravo Tessi!
Bienhallado en este TU rincón de sueños!
No te alejes demasiado!
Bacci
Lily

maggio 24, 2012 6:35 PM  

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