giovedì, maggio 24, 2012

Carta de un náufrago


Soñé que el río me hablaba
Con voz de nieve cumbreña
Y dulce, me recordaba
Las cosas de mi querencia

Fernando:

A mi vida llegaste hace ya varios años, una última noche de diciembre en un restaurante de la colonia Condesa, escuchaba a mi pareja interpretar el primer movimiento de las variaciones de Goldberg tras regalarme tu libro: "El impronunciable". Al adentrarme en él ya sentía empatía con tu humor negro y tu sarcasmo perenne, como al elegir entre dos papas asesinos a Rodrigo Borgia por ser más audaz o describiendo a los albigenses entrando callados y resignaditos a su hoguera. Después vendrían los que más me han conmovido, como los días azules tan parecido al olvido que seremos de Abad Faciolince, recorriendo las fincas antioqueñas e imaginando esa pompa de jabón que es la felicidad dionisiaca materializada en el niño Fernando Vallejo lanzando papeletas incandescentes en el cielo estrellado un veinticuatro de diciembre, sobre la finca Santa Anita, añorando los ríos salvajes de Heráclito, que nunca se asemejarán al Papaloapan de Parménides.

Comencé, entonces, a averiguar todo sobre tí y encontré tu amor inconmensurable por nuestros hermanos animales poseedores de un SNC desarrollado, a conmoverme por esa escena en que Barbet Schroeder, basado en tu libro dirige la escena más conmovedora que recuerdo, donde te cuestionas por un dios tan cabrón que deja sufriendo en una alcantarilla a un hermano indefenso ante una humanidad rapaz que todo lo consume, que todo lo apaga. 


Anoche tuve un sueño, soñé que abrazaba un animal en extinción (como aquél ultimo Tigre de Tasmania filmado por última vez en 1936). A su piel cubierta de llagas me abrazaba para encontrar ahí alivio a mi impotencia. Después de eso, ante el temor del umbral de mi muerte el único consuelo que he encontrado ha sido imaginar que ya no viviría para ser testigo y congénere de la barbarie. De la gran ramera carnívora y desolladora que nos impuso el velo negro de que somos no somos iguales a ellos.

Tu que puedes, vuélvete
Me dijo el río llorando
Los cerros que tanto quieres
-me dijo-
allá te están esperando.

Recuerdo con orgullo cuando supe de tu premiación en la FIL, porque sabía que su destino correría la misma suerte que el Rómulo Gallegos, por automasía. Y sin embargo no asistí, al imaginarme en medio del anonimato en una sala llena de tartufos que no entenderían que sólo se puede alzar la voz cuando se ama, amor a la segunda patria que te cupo en suerte para pedirle cuentas al septuagenario pri (así, con minúsculas) de los corruptos. Como si al callarse la boca no existieran las verdades o al filmar una película se promovieran.


Caminando por la calle Ámsterdam he imaginado tantas veces encontrarme contigo, pero nuestros caminos siempre se bifurcan, de un modo o de otro y hasta ahora no he podido quitarme de la mente tus lágrimas en el documental de Luis Ospina donde culpas a tu padre por haberte encartado la vida: "la vida es un encarte, la vida es una desgracia" -dices entrecortado-, mientras de tus ojos, plenos de ternura, brotan lágrimas en silencio.

Lo que nunca he hecho, en cambio, es elucubrar sobre si te encontrara que reacción tendría. Si el miedo me paralizaría y pasaría de largo, una tarde lluviosa con el paraguas bien abierto. O si con un poco más de agallas preguntara si realmente despeñaste al gringuito allá en el país de asesinos de cabras en los campanarios, y del enchocolamiento a la madame, en el de Luis XIV. Te contaría, quizás, de las risas al leer sobre las múltiples nacionalidades del dizque poeta Octavio Paz, o el ego supino del pintorcito Cuevas. Intentaría saber lo que pasaba por tu mente cuando vaticinas la muerte de Alí Chumacero, en "El don de la vida". ¡Es que ya estamos todos anotados en mi libreta!, -me contestarías-.

Anoche, de madrugada, veía con alegría tu sonrisa y esa luz que te ilumina el rostro cuando llegas a Colombia (tierra tuya donde eres profeta). Pidiendo a Gloria Valencia de Castaño sentarse a tu izquierda, del lado de tu corazón. Al final de la entrevista despedías con el Joropo de Moises Moleiro, tan sutil es que me ha traído a la mente las piezas mexicanas para piano del siglo XIX (cuando Oligopolilandia se llamaba México), entonces pensé en el Intermezzo de Manuel M. Ponce o en Manuelita de Melesio Morales. Por eso he querido que tuvieras este presente: los "Aires Mexicanos".

Es cosa triste ser río
Quién pudiera ser laguna
Oír el silbo del junco
Cuando lo besa la luna.
 


Esta tarde, como tantas otras, me conformo con saber más de Rufino José Cuervo, imaginarte en tu piso de paredes rojas, escorpiónicas, interpretando un nocturno de Chopin en tu Steinway negro . Comensal invisible de la sopa de frijoles de Ángeles Mastretta escuchando calladamente las anécdotas de Juan Cruz. Yendo en un vuelo hacia la Feria del Libro en Bogotá, contemplando desde la ventanilla esas montañas silenciosas, compañeras fieles de ríos agrestes o incendiando edificios plagados de negros, en Queens.

Cierro mis ojos y ciertas frases se deslizan por mi mente, en ralenti. Salen a borbotones de los rincones de mi memoria a veces cómplice, a veces traicionera. Sé lo que es: la lamentación de Octubre, de Barba Jacob sobre el vago espectro de un brumoso ayer. Líneas que por ciertas son dolientes, pero que al mismo tiempo recuerdan que así como admiras a gente como él, como Cuervo o tu hermano Aníbal, ahí está tu obra para posteridad del aquí y del ahora, para quienes como yo admiramos y respetamos tu ideología, tu gramática perfecta y la nobleza de tu alma, esa alma que ante el Alzheimer queda en evidencia como aun más perecedera que el cuerpo mismo, esa que cuando dormimos sin soñar, muere.

Escrito por Nelson Varela. (Mayo 2012).

Qué cosas más parecidas
Son tu destino y el mío
Vivir cantando y penando
Por esos largos caminos.

Tú que puedes, vuélvete.
(Atahualpa Yupanqui)




giovedì, settembre 22, 2011

Mariana y Bariloche, POR SIEMPRE CONMIGO!

Para que este viaje se concretara tuvieron que pasar muchos cambios en el trayecto, algunos dolorosos pero al final, después de cambios en itinerarios, medios de transporte, hospedaje y otros que prefiero no nombrar logré subirme al avión que me llevaría a Buenos Aires haciendo escala en Chile. Lo primero que debo decir, es qué fue muy grato haber volado en LAN, el precio fue bueno, pude reservar mi asiento y hacer check-in en el website, las azafatas son lindas y la comida que te sirven es de primera calidad. De ida me sirvieron pescado con puré y una ensalada muy rica, todo servido en vajilla de cerámica y cada pasajero cuenta con su propia pantalla en el respaldo delantero que te permite elegir entre películas, series, documentales y ver el trayecto del avión en tiempo real. Cosa que me ayudó mucho porque yo les temo sobremanera a los aviones, es una fobia desde luego, porque apenas veía que el avión pasaba Oaxaca y se adentraba en los cielos del Océano Pacífico me entraba pavor imaginar ese cacharro cayendo al mar, pero bueno, después de la cena me sirvieron un par de copas de tintos y me relajé cubriéndome con la manta que me dieron. Mi compañero de asiento era un brasileño muy guapo que me inspiraba confianza por si el avión caía yo me abrazara a sus brazos jajajaja.

Y llegué a Argentina luego de una escala en Chile y de diez horas de vuelo. Lo primero que hice fue irme directo a la estación Retiro de autobuses y abordar el bus que me llevaría a Bariloche. Por recomendación de mi amiga Mariana tomé el asiento de enfrente en la parte superior, y fue buen consejo porque pude ir disfrutando del paisaje de la Pampa Argentina, como los trayectos terrestres no me dan miedo pude descansar del insidioso avión y me puse música mientras disfrutaba la cena que servía el "mozo" (como ellos le llaman). Se me hizo curioso que cuando le pedía mi bebida, el mozo me decía con acento argentino "BUENO", y "BUENÍSIMO" envés del OK que usamos los mexicanos, luego de eso se me anexaron esas palabras a mi vocabulario. Después de la cena logré dormir plácidamente y no desperté sino hasta el día siguiente para enterarme que el bus estaba parado a sólo 2 horas de llegar a Bariloche y a mitad del desierto austral. De pronto anuncian que atrás hay otro bus y que aunque somos 25 pasajeros hay espacio para 20. Como pude salí disparado, impresionado por el frío que se sentía en un paisaje desértico, ya que en México sería caluroso. Ese viento helado nunca en mi vida lo había sentido y por lo mismo también fue buena nueva experiencia.

Ya en el nuevo bus logré conseguir asiento en el mismo que iba en el otro (hasta enfrente arriba), y ahí logré hacer un amigo que vive en el Bolsón, un hermoso pueblo verde de artesanos a un par de horas de Bariloche. Mi amigo de 50 años me contó como tenía un importante cargo público en Buenos Aires y lo dejó para irse con su esposa a vivir al Bolsón, que cuando llegó no tenía idea de lo que haría pero al quedar su casa construida se agotó el dinero para los muebles y como se quedó con mucha madera decidió hacerse él mismo los muebles. Y de ahí al ver su trabajo artesanal la gente comenzaba a pedirle que le hiciera también sus muebles. Qué curioso se me hizo, que siempre me rodeo de gente que cambia una estabilidad financiera por una emocional, rodeada de tranquilidad y paz porque ESE justamente es mi deseo!!

Y por fin llegando a Bariloche luego de casi 22 horas de viaje ahí estaba ya mi amiga Mariana para recibirme, me impresionó lo delgada que es y nos dimos un abrazo largo donde ella siempre sonreía, salimos a subir las maletas al auto y de ahí me llevó al centro de Bariloche a conocer su consultorio (porque es terapeuta), es una bella casa con una sala de juntas, estancia y un salón grande para terapias kinesiológicas. De ahí nos fuimos a mi hotel a dejar mis maletas, uno precioso que recomiendo ampliamente, se llama VILLA SOFÍA y ya hablaré más adelante de mi habitación.



A partir de ahí comencé a deslumbrarme por Bariloche, pues Mariana me llevó a conocer varios lagos y cerros de los muchos que hay, y fuimos a un mirador desde donde nos tomamos unas fotos con las montañas nevadas y lagos de fondo. Luego me llevó a un lugar donde venden cerveza artesanal, se llama "Fábrica de cerveza Blest" un lugar que parece habitado por duendes como todo lo que hay en Bariloche, ahí pedí una muestra de todas las cervezas que te sirven en pequeños vasitos sobre una tabla de madera, y un "tostado" que es como tres capas de pan blanco tostado con quesos y vegetales, ¡Una delicia!. Compré un tarro muy bueno para beber mi cerveza con el logotipo de la casa. Y lo mejor de todo fue que comencé a conocer en persona a mi amiga, lo guapa que es por dentro y por fuera y el magnetismo que tiene. Mientras desayunábamos llamó su hermano que ya estaba en el aeropuerto y nos fuimos para su casa, una hermosa casa-cabaña que se encuentra entre los bosques camino al cerro Catedral, que es la montaña nevada y el complejo de Esquí de Bariloche. Esa casa tan linda ya la conocía por fotos, y es bien acogedora, con una chimenea y sala grande. Pero lo que siempre recordaré es el olor a levadura de cerveza y pan recién horneado que siempre olí desde que abrió la puerta. En ese momento conocí al más pequeño de sus hijos, Valentín, un niño rubio y callado pero muy sensible y bueno, como los son sus tres hijos.


Desde ese momento comencé a probar las mermeladas, pizzas, panes, y demás suculencias que mi amiga prepara con la destreza de sus manos. Fuimos a recoger a Pedro que es mayor que Valentín pero más pequeño que Francisco. El más grande de sus hijos. Pedro es un chico noble a más no poder, que lo mismo convive con sus amigos del club de Esquí que con los chicos humildes, justo como aquél que celebraba cumpleaños donde fuimos a recogerlo. Subiendo al auto Pedro me ofreció un dulce que yo, glotón que soy acepté encantado. Pedro dijo: ¡Mami, este amigo tuyo sí que me agrada, ninguno de tus amigos me acepta dulces!. Regresamos a casa de Mariana para la cena de bienvenida que generosamente hizo en honor de la visita de su hermano y mía. Su hermano es un hombre rubio, callado y noble que vino acompañado de su novia y su hijo. Los tres me trataron excelente y me quedé con un buen recuerdo de ellos a pesar de que ya no pude despedirme, pero esa noche en la cena disfruté de su compañía. También pude conocer al mayor de los hijos de Mariana: Francisco, también un chico noble, el mayor de los tres que es el típico Argentino que se sabe el mejor (como debe ser), nosotros nos llevamos muy bien porque se reía de todas las estupideces que digo jajajaja.

También estaba Pacha, esposo de Mariana, que es un hombre divertido y alegre, se le nota que es feliz en la vida y de quien también aprendí. Ya que desde que nos conocimos comenzó a hacer bromas y yo me reí mucho. La verdad es que Pacha es genial. ¡La cena fue exquisita! Mariana preparó pizza fugazzeta que es de cebolla y otra que acá en México conocemos como Margarita y allá como Caprese. Desde luego ambas son la típica de Mozzarella (allá le llaman Muzzarela), tomate y albahaca. También probé sus mermeladas y bebí mate, mucho rico mate pues desde México tengo mi mate y me encanta. Para cerrar el día y como Mariana sabe de mi gusto por el vino, me sirvió de uno que se llama Santa Julia que yo, fan de Fernando Vallejo que creció en la finca Santa Anita me empeñé en llamar todo el tiempo Santa Anita y no Santa Julia jajajaja. Algo que me impresionó es que durante mi estancia en Bariloche, Mariana brindó conmigo y se bebía café para compartir nuestros bellos momentos. Esto es algo notable pues ella es muy estricta en su régimen alimenticio. Así que para mí como para su esposo Pacha fue todo un acontecimiento verla bebiendo ¡Y para mí además un honor!



Luego de ahí me llevaron al hotel donde me hospedaba, VILLA SOFÍA, me tocó una habitación en el tapanco (buhardilla o altillo como se conoce en otras partes), tenía un baño muy agradable con su bañera donde todas las noches ponía la calefacción y me metía a la bañera con agua muy caliente bebiendo deliciosos vinos argentinos que en México son varias veces más costosos y escuchando a Bach o Mozart. Luego salía a la habitación con una cama enorme pantalla a ver alguna peli y luego subir mis fotos del día a facebook y escuchar música bella pero ya no clásica, sino para cantar feliz!!!

El día siguiente amaneció opuesto al de mi llegada, lluvioso todo el día, gris y con viento. Mariana pasó por mí como a medio día para llevarme a su casa y ahí bebimos mate y seguí probando sus delicias. También fuimos a comer al restaurante más tradicional y probablemente uno de los más agradables de Bariloche, se llama “Ahumadero de la Familia Weiss”, ahí pedí cordero que aunque casi nunca como carne Mariana me lo sugirió y estaba muy rico. Regresamos a su casa para seguir asaltando su cocina y bebernos un mate entre ella, Pacha y yo, mientras me mostraba las fotos de su viaje a Costa Rica y Antigua. Algunas de ellas salía en bañador y me quedé sorprendido del cuerpo escultural que tiene, sólo ahí pude entender el porqué de tan estricto régimen alimenticio que además no le pesa pues disfruta sobremanera, como ella misma le dice: "Como sólo lo que mi cuerpo necesita" Pues esa filosofía me ha dejado tan marcado que ahora intento ponerla en práctica.


Realmente no hicimos más ese día y por la noche me sentía algo cansado así que de regreso en el hotel, me metí en la bañera a beber mi vino y escuchar música. Al día siguiente al correr las cortinas me encontré con un día espectacular, lleno de sol. Mariana me escribió para decirme que ese día subiríamos por fin al Cerro Catedral y así fue que Pacha, Mariana y yo llegamos a las faldas del cerro. Yo tuve que subir por un teleférico distinto a ellos que tienen una membresía de esquiadores así que me tocó subir con un grupo de brasileños los cuales abundan en Argentina y más aún en Bariloche. La verdad y como ya he dicho temo a las alturas así que procuraba no mirar hacia abajo así que después de un tiempo ya estaba en la "Confitería" que es como los Argentinos llaman a donde puedes beber café y sándwiches. Ahí me alcanzarían Mariana y Pacha así que aproveché que llegué antes que ellos para pedirme un "tostado" y un chocolate caliente pues me moría de hambre y por desgracia no fue sino hasta el último día de mi estancia en Bariloche que me enteré que ¡el desayuno es gratis en cualquier hotel de Argentina!. Luego de desayunar salí de la confitería a tocar la nieve, era mi primer encuentro con ella así que quedé encantado de ver blanco por donde sea, incluso llevaba lentes de sol para paliar su reflejo, y guantes pues cuando subes por las sillas del viento frío es gélido.



Pues bien, fue buena la experiencia de estar allá en la enorme montaña nevada, además que subimos a un restaurante al que accedes subiendo por las sillas del riel que tomas en la confitería. Ya en el restaurante encontramos el mejor lugar con la majestuosa vista de las montañas y los andes, a sugerencia de Pacha me pedí unos ravioles deliciosos y una Quilmes, la cerveza argentina que por cierto no le pide nada a la Corona mexicana. Nos hicimos muchas fotos ahí incluyendo una que le tomé a Mariana y a Pacha y que luego nos reímos de lo poco romántico que es que mientras la besaba estaba viendo la fumarola del Puyehue jajajajaja (El Puyehue es el volcán chileno que hace unos meses recientemente hizo erupción ocasionando problemas por las cenizas al turismo). Fue un buen momento porque además nos acompañaron un rato Francisco quien llegó algo cansado por ayudar todo el día al aprendizaje de su tío y su novia del esquí, pero ya luego se relajó y lo pasamos bárbaro. Más tarde mi sobrino Francisco se fue pero llegó mi otro sobrino Pedro, quien en ese momento aún no sabía que al día siguiente me haría una demostración de su nobleza que más adelante relataré.

Mi recién adoptado sobrino Pedro se fue a esquiar pero Mariana y Pacha se quitaron el equipo de esquí para acompañarme a recorrer la montaña y ahí pude hacerme unas fotos buenísimas de la montaña nevada y de la bandera argentina cuyos colores me gustan. Bajamos del cerro nuevamente cada quien por su lado quedando en encontrarnos cerca de su 4X4 de Pacha. Mientras bajaba para tomar el teleférico por el riel de sillas pude filmar dos videos de Pacha y Mariana bajando esquiando y enviando saludos a todo el blog de la escritora Ángeles Mastretta, lugar donde tuve la suerte de conocerla.

Es de remarcar la voluntad tan grande de Mariana, pues como sabe bien que "sus cuatro hombres" (como ella cariñosamente refiere a su esposo y tres hijos) aman esquiar pudo a sus 40 años aprender a hacerlo y de un modo estupendo (desde mi nulo conocimiento en el tema). Lo importante de notar aquí es que es cierto que más grande que cualquier energía atómica o eléctrica es la VOLUNTAD. Y ella sí que la tiene y en este caso la aplicó pues supo que si esquiaba lograría pasar más tiempo con su familia, en el entorno que ellos más disfrutan.

Bajamos del cerro y para mí fue una prueba superada, pues yo iba a hacerme fotos para presumir en México, ya que es quizás de las pocas bellezas naturales que no conocemos acá, así que esa noche al llegar al hotel (luego de mi tradicional ducha relajante con vino) subí a Facebook las fotos de mi conquista de las montañas de nieve.

Pero lejos estaba de saber, que lo mejor del viaje aún estaba por venir.



Y amaneció. Soleado y claro el día. El último día en mi soñado Bariloche y con mi entrañable amiga Mariana que pasó por mí para ir a comprar recuerdos de Bariloche y chocolates, que es lo más tradicional de ahí. Entramos a una tienda de ensueño llena de trufas de todos los tamaños y variedades, fuentes de chocolate, chocolate en rama, mermeladas, conservas, tés gourmet de rosa mosqueta oriunda de la región y una infinidad de variedades relacionadas al chocolate como los tradicionales alfajores argentinos. Bueno compré no sé cuántas cosas que apenas podían entrar en la maleta, como una locura mía de último momento no pude resistir comprar una lámpara grande y dos pequeñas de madera que pendían de una soga. Llevamos las cosas a su casa-cabaña y a que se cambiara de ropa, pues ella siempre me hablaba de su caminata diaria y de lo reparadora que es, además que ella escribe historias conmovedoras y en una de ellas la protagonista, Hilde, la encuentra al lado del lago que bordea su caminata. Por todo esto yo soñaba con hacer ese mismo recorrido con ella, y aunque sé que es un viaje íntimo el que hace para mí fue algo importante que me permitiera hacerla juntos. En ese momento, cuando inició mi caminata no sabía que después de hacerla ya no sería el mismo. Algo en mi cambiaría para siempre.

Comenzamos a caminar por el sendero que bordea el lago y yo pude ir disfrutando de las casas de duendes de dos aguas, madera y totalmente acogedoras que hay a lo largo de todo el camino. Es ahí cuando comencé a hablarle a Mariana de todo lo que me dolía, lo que traigo desde la niñez como una herida no sanada del todo, ella me escuchaba y con su voz suave y tranquila siempre me invitaba a seguir desnudando mi alma. Este es, como dije al principio un viaje en el que vengo triste por situaciones que pasan ahora en mi vida y el estar ahí caminando entre gigantes verdes me hacía pensar en que quizás todo es más fácil de lo que pensamos. Que somos nosotros mismos los que nos empeñamos en que las cosas sean más complicadas de lo que realmente son. Me explicó que hay una especie de musgo muy fino como pequeños hilillos verdes que le llaman "barba de viejito", es asombroso verlas porque esta especie sólo crece en lugares donde la contaminación es nula, es decir, donde las condiciones atmosféricas son idénticas a cuando el mundo se creó tal y como lo conocemos. Luego me llevó a un área solitaria con árboles caídos que semejan la silueta de una mujer, eran varios de ellos que me recordaron la fuerza que tienen las mujeres, bien femenino todo. En uno de los árboles hay un duende escondido, el duende de Mariana. Después nos fuimos a su lugar especial para meditar que es a la orilla de un río y desde donde se puede ver cómo pasa a lo lejos por debajo de un puente y así sigue su sendero hasta perderse. Ahí me dijo cuánto bien le hace esa caminata y yo entonces me di cuenta que a pesar de vivir a miles de kilómetros lejos de ahí yo pudiera hacer la misma caminata por mis bosques en Hidalgo (mi mini-Bariloche). De alguna manera me di cuenta que mi cuerpo y mi alma me piden de ese alimento y eso lo aprendí gracias a Mariana. Qué bien me hizo después de venir con esa tristeza y carga emocional el regresar tan calmado lleno de la paz de esa caminata. Ahora que he regresado a México iré a hacerla, y me acordaré de ese día tan especial. El mejor de todo mi viaje a Argentina porque mi alma caminó junto a la de mi amiga y porque el entorno era el que nos nutre más. Nuestro bosque.

Mientras regresamos caminando y yo lleno de paz, nos alcanzó mi otro sobrino Francisco en su bici de montaña y nos regresamos los tres, caminando hasta regresar a su casa. Esa noche Mariana hizo una cena especial para despedirme de Bariloche, puso un bonito mantel con líneas azul marino y su vajilla portuguesa regalo de su boda. Me mostró fotos de la boda donde fueron a casarse a la capilla de San Franciscocisco de Asís en Italia, solos ella y Pacha, su esposo. En las fotos era igualmente hermosa sólo que traía el cabello corto con el de Demi Moore en "Ghost, la sombra del amor", en ese momento no le dije, pero el verla sola con Pacha en esa iglesia, con un vestido sencillo de inmejorable buen gusto, y una rosa en la mano me dieron ganas de llorar. Qué afortunada es Mariana, pensé, lo tiene todo: belleza física, interior, sabiduría, un esposo que la ama, tres hijos nobles e inteligentes, y por si fuera poco deportista y buena cocinera.

Luego nos sentamos a cenar y Mariana sirvió un plato exquisito que se llama Gulash y que está hecho a base de carne y pasta, ¡una delicia! que de tan buena que estaba tuve que repetir el plato pues me relamía.

Mariana me había hablado del "ojo de dios", que son dos ramitas de árbol cruzadas y que se unen por estambres de colores y que sus hijos suelen hacer a las visitas como recuerdo de su visita a su casa, entonces mi sobrino Pedro, al yo reclamar sobre mi "ojo de dios" el día anterior, ese día ya lo tenía listo para dármelo, pero no sólo eso, sino también un precioso atrapasueños que hizo todo con sus manos y por si fuera poco un dibujo de colores en el que cada miembro de su familia anotó su nombre. Me impresionaron esos detalles de Pedro porque todo lo hizo ¡aun cuando esa noche estaba agotado por esquiar en el cerro!, tiene ángel ese niño igual que lo tiene Valentín el pequeño que aunque en tímido es sensible, y Francisco el típico argentino seguro de sí mismo y de que es el mejor.

Entonces, al final de la cena de tan inmejorable buen gusto aproveché para decir unas palabras, dije que Bariloche había superado mis expectativas y que lo que más había disfrutado de mi viaje era el haber sido parte de su familia por unos días. Les dije a Val, Pedro y Francisco que los felicitaba por ser tan buenos chicos y que esperaba que siempre fueran igual de respetuosos con sus padres y responsables con sus objetivos. En ese momento estaba muy sensible y ya no terminé de decir lo que quería, pero iba a concluir con que si pudiera pedir un deseo esa noche, sería tener una familia como la suya.

Al día siguiente Mariana pasó por mí para llevarme al bus que me llevaría de regreso a Buenos Aires, pasó por mí al hotel con una sonrisa y un empaque con tres deliciosos panquecitos de naranja que ella misma preparó para mi viaje. Antes de subirme al bus le di una libreta con la foto de Frida Kahlo con una nota dentro que le pedí que leyera hasta que yo ya fuera de camino a Buenos Aires. Y decía lo siguiente:

“Querida Mariana, Como lo dije ayer durante la bonita cena, ha sido todo un placer y una experiencia haber sido al menos por unos días parte de tu vida y partícipe de la magia que tiene tu familia. Son unos chicos amorosos que seguramente serán todos unos triunfadores porque tienen las bases y el ejemplo para serlo. Dale un abrazo a Pacha de mi parte porque tiene un noble corazón, igual que tú al abrir las puertas de tu casa a alguien que viene desde tan lejos y que sólo conocías por las palabras que cambiamos en internet. De todos mis días en Bariloche por mucho el mejor fue ayer, durante tu caminata de árboles de mujeres, duendes y un paisaje verde lleno de arroyos y de lagos que invitan a la sanación. Me llevo esa imagen conmigo para que me haga fuerte en los momentos difíciles de mi vida, y me recuerden que todos tenemos historias tristes, pero también días plenos de alegría, justo como el día de ayer”.

¡Muchas gracias, Mariana! por todas tus gentilezas, siempre me quedará el recuerdo de nuestra caminata, por siempre para la complicidad de la memoria. Para el rencuentro en esta, y otra vida más.

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mercoledì, settembre 07, 2011

Mañana en tránsito...

venerdì, agosto 19, 2011

El olvido que seremos

Ya somos el olvido que seremos.

El polvo elemental que nos ignora

y que fue el rojo Adán, y que es ahora,

todos los hombres, y que no veremos.

Ya somos en la tumba las dos fechas

del principio y el término. La caja,

la obscena corrupción y la mortaja,

los triunfos de la muerte, y las endechas.

No soy el insensato que se aferra

al mágico sonido de su nombre.

Pienso con esperanza en aquel hombre

que no sabrá que fui sobre la tierra.

Bajo el indiferente azul del Cielo

esta meditación es un consuelo.

/ Borges.


Describir, a grandes rasgos, esta autobiografía del antioqueño Héctor Abad Faciolince es sencillo: una recopilación de memorias sobre su padre y mejor amigo, el médico Héctor Abad Gómez. Adentrarse en los oscuros universos que plantean dilemas existenciales como la muerte, la felicidad dionisiaca, el alma partida en dos por la pérdida de un ser amado, ya no lo es tanto.

Los que me conocen de hace tiempo saben de mi pasión por este tipo de libros tan íntimos donde el escritor no deja entrar en su mundo (dentro de lo posible, claro está), porque incluso cuando en las novelas siempre está implícita su esencia es este tipo de obras sobre el duelo donde la realidad cobra un sentido diferente, superando la fantasía. Como Isadora Duncan describiendo a sus hijos ahogándose en el Sena, Isabel Allende atravesando el atlántico con su hija en coma profundo, Fernando Vallejo añorando a su abuela Raquel Pizano y a su perra Bruja, o Joan Didion narrando la súbita muerte de su esposo mientras cenaban tranquilamente en su departamento de Nueva York.

El padre de Faciolince, luchador social, soñador, idealista y defensor de los derechos humanos es asesinado en las escalinatas del sindicato de maestros de Medellín, víctima de la represión e impunidad que se viviera en mi amada Colombia hace unas décadas (lo que ahora entendemos perfectamente en el paraíso de las oligarquías, alias México). Esa tarde al abrazar el cuerpo inerte de su padre y sobre un charco de sangre, Faciolince saca de uno de los bolsillos de su padre una servilleta doblada con una transcripción del fragmento de Borges: “El olvido que seremos” y en honor a ese recuerdo es que ha escrito estas memorias.

Por eso y muchas más razones me es imposible disociar este libro de "Los días azules" y "Entre fantasmas" de mi maestro Vallejo, pues en ambos se cuestiona entre líneas el significado de la vida y hay, una añoranza profunda de los paisajes bucólicos de las fincas de Antioquia, los recuerdos de la infancia y la nostalgia de los días pasados, pero también, su animadversión por la típica falta de tolerancia de algunos dirigentes de la iglesia católica, quienes en la ignorancia de muchos pueblos en Latinoamérica han encontrado las condiciones perfectas para lo que describe, en una parte de este libro, como "una segunda colonización".

La violencia en Colombia, la lucha perenne entre conservadores y liberales y lo efímero de la vida son también buenas semejanzas entre ellos, porque mientras Vallejo (citando a Heráclito) jura y perjura que nunca volveremos a bañarnos en las aguas del mismo río, Faciolince acepta que en cierto modo ya estamos muertos.

Dice, Faciolince, que una de las paradojas más tristes de su vida es que casi todo lo que ha escrito lo ha escrito para alguien que ya no puede leerle: una sombra. Y es eso mismo, lo que hace más hermoso su trabajo, esa impotencia de decir lo que ya no puede llegar a su destino, el amor profundo a un padre amoroso que incluso los que tuvimos uno golpeador y misógino disfrutamos, y hasta cierto punto comprendemos.

A mí me gustan las historias tristes, como esas historias retorcidas de Roberto Bolaño o los finales tristes de Stendhal, siempre las he preferido sobre esos anodinos finales felices, quizás sea porque tuve una infancia diferente a las demás pero es algo que disfruto enormemente, es un poco como en esa escena de Habbibal donde las palomas volteadoras suben lo más que pueden para luego dejarse caer al vació y remontar el vuelo al casi rozar el suelo. Algún día me voy animar a escribir un poco de esto, y no será una historia fácil. Como tampoco lo es, "El olvido que seremos".

_._

“Yo amaba a mi papá con un amor animal. Me gustaba su olor, y también el recuerdo de su olor, sobre la cama, cuando se iba de viaje, y yo les rogaba a las muchachas y a mi mamá que no cambiaran las sábanas ni la funda de la almohada. Me gustaba su voz, me gustaban sus manos, la pulcritud de su ropa y la meticulosa limpieza de su cuerpo. Cuando me daba miedo, por la noche, me pasaba para su cama y siempre me abría un campo a su lado para que yo me acostara. Nunca dijo que no. Mi mamá protestaba, decía que me estaba malcriando, pero mi papá se corría hasta el borde del colchón y me dejaba quedar”.

“Yo sentía por mi papá lo mismo que mis amigos decían que sentían por la mamá. Yo olía a mi papá, le ponía un brazo encima, me metía el dedo pulgar en la boca, y me dormía profundo hasta que el ruido de los cascos de los caballos y las campanadas del carro de la leche anunciaban el amanecer. Mi papá me dejaba hacer todo lo que yo quisiera. Decir todo es una exageración. No podía hacer porquerías como hurgarme la nariz o comer tierra; no podía pegarle a mi hermana menor ni-con-el-pétalo-de-una-rosa; no podía salir sin avisar que iba a salir, ni cruzar la calle sin mirar a los dos lados; tenía que ser más respetuoso con Emma y Teresa —o con cualquiera de las otras empleadas que tuvimos en aquellos años: Mariela, Rosa, Margarita— que con cualquier visita o pariente; tenía que bañarme todos los días, lavarme las manos antes y los dientes después de comer, y mantener las uñas limpias... Pero como yo era de una índole mansa, esas cosas elementales las aprendí muy rápido. A lo que me refiero con todo, por ejemplo, es a que yo podía coger sus libros o sus discos, sin restricciones, y tocar todas sus cosas (la brocha de afeitar, los pañuelos, el frasco de agua de colonia, el tocadiscos, la máquina de escribir, el bolígrafo) sin pedir permiso. Tampoco tenía que pedirle plata. Él me lo había explicado así: —Todo lo mío es tuyo. Ahí está mi cartera, coge lo que necesites”.

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“Yo quería a mi papá con un amor que nunca volví a sentir hasta que nacieron mis hijos. Cuando los tuve a ellos lo reconocí, porque es un amor igual en intensidad, aunque distinto, y en cierto sentido opuesto. Yo sentía que a mí nada me podía pasar si estaba con mi papá. Y siento que a mis hijos no les puede pasar nada si están conmigo. Es decir, yo sé que antes me haría matar, sin dudarlo un instante, por defender a mis hijos. Y sé que mi papá se habría hecho matar sin dudarlo un instante por defenderme a mí. La idea más insoportable de mi infancia era imaginar que mi papá se pudiera morir, y por eso yo había resuelto tirarme al río Medellín si él llegaba a morirse. Y también sé que hay algo que sería mucho peor que mi muerte: la muerte de un hijo mío. Todo esto es una cosa muy primitiva, ancestral, que se siente en lo más hondo de la conciencia, en un sitio anterior al pensamiento. Es algo que no se piensa, sino que sencillamente es así, sin atenuantes, pues uno no lo sabe con la cabeza sino con las tripas”.

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“Hay períodos de la vida en los que la tristeza se concentra, como de una flor se dice que sacamos su esencia, para hacer perfume, o de un vino su espíritu, para sacar el alcohol. Así a veces en nuestra existencia el sufrimiento se decanta hasta volverse devastador, insoportable. Y así fue la muerte de mi hermana Marta, que dejó destrozada a mi familia, tal vez para siempre”.

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"Cuando acabó de entrar el líquido, mi hermana, sin decir una palabra, y sin abrir los ojos, sin convulsiones ni ronquidos, dejó de respirar. Y mi papá y mi mamá, al fin, después de seis meses de estarse conteniendo, pudieron echarse a llorar delante de ella. Y lloraron y lloraron y lloraron. Y todavía hoy, si él estuviera vivo, lloraría al recordarla, tal como mi mamá no ha dejado de llorar, ni ninguno de nosotros, si lo vuelve a pensar, porque la vida, después de casos como este, no es otra cosa que una absurda tragedia sin sentido para la que no vale ningún consuelo."

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“La compasión es, en buena medida, una cualidad de la imaginación: consiste en la capacidad de ponerse en el lugar del otro, de imaginarse lo que sentiríamos en caso de estar padeciendo una situación análoga. Siempre me ha parecido que los despiadados carecen de imaginación literaria —esa capacidad que nos dan las grandes novelas de meternos en la piel de otros—, y son incapaces de ver que la vida da muchas vueltas y que el lugar del otro , en un momento dado, lo podríamos estar ocupando nosotros”.

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“En últimas, en asuntos de religión, creer o no creer no es sólo una decisión racional. La fe o la falta de fe no dependen de nuestra voluntad, ni de ninguna misteriosa gracia recibida de lo alto, sino de un aprendizaje temprano, en uno u otro sentido, que es casi imposible de desaprender. Si en la infancia y primera juventud se nos inculcan creencias metafísicas o si por el contrario nos enseñan un punto de vista agnóstico, o ateo, llegados a la edad adulta será prácticamente imposible cambiar de posición. Los niños nacen con un programa innato que los lleva a creer, acríticamente, en lo que afirman con convicción sus mayores. Es conveniente que sea así pues qué tal que naciéramos escépticos y ensayáramos a cruzar la calle sin mirar, o a probar el filo de la navaja en la cara para ver si corta de verdad, o a internarnos en la selva sin compañía. Creer a ciegas lo que le dicen los padres es una cuestión de supervivencia, para cualquier niño, y en eso caben los asuntos de la vida práctica como también las creencias religiosas. No creen en fantasmas o en personas poseídas por el demonio quienes los han visto, sino aquellos a quienes se los hicieron sentir y ver (aunque no los vieran) desde niños”.

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“Sólo quienes estén, desde muy temprano en la vida, expuestos a la semilla de la duda, podrán dudar de una u otra de sus creencias. Con una dificultad adicional para el punto de vista que desconoce la vida espiritual (en el sentido de seres y lugares que sobreviven después de la muerte o que son preexistentes a nuestra propia vida), que consiste en que probablemente, por una cierta agonía existencial del hombre, y por nuestra torturadora y tremenda conciencia de la muerte, el consuelo de otra vida y de tener un alma inmortal, capaz de llegar al Cielo o capaz de trasmigrar, será siempre más atractiva, y dará más cohesión social y sentimiento de hermandad entre personas lejanas, que la fría y desencantada visión en la que se excluye la existencia de lo sobrenatural. Los hombres sentimos una honda pasión natural que nos atrae hacia el misterio, y es una labor dura, y cotidiana, evitar esa trampa y esa tentación permanente de creer en una indemostrable dimensión metafísica, en el sentido de seres sin principio ni final, que son el origen de todo, y de impalpables sustancias espirituales o almas que sobreviven a la muerte física. Porque si el alma equivale a la mente, o a la inteligencia, es fácil de demostrar (basta un accidente cerebral, o los abismos oscuros del mal de Alzheimer) que el alma, como dijo un filósofo, no sólo no es inmortal, sino que es mucho más mortal que el cuerpo”.

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“La cronología de la infancia no está hecha de líneas sino de sobresaltos. La memoria es un espejo opaco y vuelto añicos, o, mejor dicho, está hecha de intemporales conchas de recuerdos desperdigadas sobre una playa de olvidos”.

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“Ahora pienso que la única receta para poder soportar lo dura que es la vida al cabo de los años, es haber recibido en la infancia mucho amor de los padres. Sin ese amor exagerado que me dio mi papá, yo hubiera sido alguien mucho menos feliz”.

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giovedì, agosto 04, 2011

El aroma del domingo

La primera vez que Carmen vio a Iván supo que le robaría el corazón. Aún recuerda como si fuera ayer aquél traje italiano gris que hacía juego con su corbata a rayas azules y los zapatos negros bien lustrados. Pero lo que nunca olvidará, ni en el último de sus días es ese aroma amaderado que parecía desprenderse lentamente de su piel bronceada, como diamantes invisibles portadores de efluvios eternos.

Todo esto pasó un lunes en aquél lujoso almacén donde Carmen era encargada de entregar muestras de perfumes, por eso había aprendido a reconocer la esencia de un hombre por su aroma: Cítricos para jóvenes (y no tanto), que también le huían a los compromisos; dulzones para los de gustos anodinos y los otros, los de maderas -como el de Iván- para los elegantes, y los que casi nunca tendrían única dueña.

Es así como Iván, siempre acostumbrado a las miradas del sexo opuesto ese día pasó de largo por el mostrador de Lanvin, donde atendía Carmen. ¿Qué hizo entonces que él volteara? nunca lo supo a ciencia cierta, pero intuía que eran tantas las feromonas que habían explotado dentro de su ser, tan imperiosas las ganas de que él le notase, que por alguna razón lograron que Iván se detuviera y girase lentamente hacia ella, una mirada que a él, tan acostumbrado a ser deseado le supo diferente a las otras.

Fue un instante detenido en el tiempo, como si al mirarse se desnudaran mutuamente y su piel adquiriera la sensibilidad de un pétalo de rosa, o la ternura de un clavel. A Carmen le gustaba recordar así ese día, entre aromas de bosque y de flores. Su Iván había llegado a su vida. Qué importaba lo demás, qué más daba si el fin de mes se acercaba y si aún estaba liada para pagar la renta. En ese instante había dejado de importar la compañera de al lado, veinte años más joven, de piel tersa y a la que todos los clientes se dirigían dejándole onerosas comisiones de más del doble del que ella percibía. Y por supuesto, en ese instante no importaba lo mucho que Adrián la había lastimado, como aquél día que estando ebrio por primera vez la acariciaba y le decía que pensándolo bien no era tan fea.

Por eso, en ese instante todo lo demás no existía, el sol que se colaba por el enorme domo multicolor del almacén y que tenía formas barrocas iluminaba su rostro. Desde lejos un niño los miraba curioso del brillo en sus ojos agarrado del brazo de su madre, que a su vez eran seguidos por su muchacha quien cargando las bolsas soñaba con comprar un vestido de ahí algún día.

Y así duraron un buen rato, no recuerda bien cuanto pero que le supo eterno, hasta que por fin él le preguntó con una sonrisa preciosa que si se conocían de alguna parte, Y hablaron de todo y de nada, de lo humano y lo divino. Él le contó que siempre había usado Dolce & Gabbana tradicional, y le preguntó que si era nueva porque no le había visto antes. Después le dijo que había quedado para beber un café con compañeros del trabajo y partió de ahí dejando a Carmen con la promesa de recogerla el viernes a las nueve.

En ese momento y sin saberlo, Iván le había dado una razón para sentirse viva. Y es que hacía tanto que en su vida había tanta rutina. El despertador a las siete, poner el pie derecho en el suelo al levantarse de la cama por aquello de la mala suerte e ir por un café aguado para coger el valor suficiente de enfrentar el día. Desayunar algo de fruta y fibra por si lograba por fin comenzar su dieta sin arruinarla al llegar la cena y zamparse de pan y mermeladas, viendo con envidia las vidas felices de los príncipes de gales en la tele.

Ese día, el resto de su día fue diferente. Ahora comenzaba a cobrar sentido aquella dieta, y entonces le vino a la mente que para esa noche sería bonito pintarse las uñas de rojo y estrenar por fin ese vestido negro que había comprado a plazos con su tarjeta de empleada. Por fin usaría lencería bonita que le había traído su jefa de su viaje a Colombia y no las bragas grandes de siempre, incluso usaría sandalias altas y sin medias.

Una chispa se había encendido en Carmen, una sensación de nervios en el estómago que le ponía la piel al borde y los nervios de punta.

Quién sabe si esta vez sería diferente, si esa mirada sería la misma que vería todos los días al despertarse por la mañana al abrir la ventana para dejar que se colaran los rayos del sol, si irían juntos al súper mientras él le comentaba lo que le gustaban las novelas negras de Henning Mankell y ella le escogía los duraznos más rojos, porque a Iván le gustarían los duraznos.

Quién sabe si sería divorciado, con hijos profesionistas o si como su aroma había vaticinado sería un hombre casado y en cuyo caso las ilusiones de Carmen se convertirían en agua que cae al suelo y se evaporarían bajo un sol extenuante.

O quizás, tal vez, la despertaría con un beso en la nariz por la mañana para luego decirle lo bonita que se ve sin maquillaje, con esos nuevos pliegues en el rostro para luego desayunar en el parquet sin muebles de su nuevo piso de paredes blancas y ventanas grandes, por donde se colaría el aire moviendo las cortinas y dejando entrar el aire del domingo.

Porque el domingo huele diferente.

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giovedì, marzo 03, 2011

Blue Valentine



Hacía tiempo que había visto publicidad sobre la cinta "Blue Valentine", incluso leído sobre artistas que se han inspirado en ella para crear composiciones. ¿Por qué? me preguntaba. Definitivamente las películas con tópicos del amor anodino no son mi fuerte. Por el contrario, lo que me va bien son las historias desgarradoras y pasionales, porque el amor no es como Hollywood lo pinta.

O lo pintaba.

Hay piezas de arte que llegan para quedarse, para cambiar tu vida y dejarla detenida en el diván de la memoria. Recuerdo un tiempo no muy lejano cuando pasaba momentos bien difíciles y entonces escribí un texto que me ayudaría a exorcizar mis demonios internos con un nocturno de Chopin como música de fondo y que fue de gran ayuda para sanar esas heridas y no solo paliarlas.

Con el cine me pasa algo parecido, nunca olvidaré lo mucho que lloré con 2046 en la contemplación de un androide y su mirada perdida, o las cicatrices internas de Sarah Polley cuidando a Tim Robbins en La vida secreta de las palabras de Isabel Coixet. La vida aventurera (y hasta cierto punto despiadada) de Natacha Régnier en la vida soñada de los Ángeles o una danza (monte Fuji de testigo) de alguien que añora a su gran amor: "La flor de los cerezos".

Ayer, con Blue Valentine me pasó algo que hace mucho no me ocurría, que una peli fuera despiadada y me destrozara sin piedad. En esta joya del cine independiente norteamericano dirigida por Derek Cianfrance, quien tuviera que esperar a que la simpática Michelle Williams se repusiera de la repentina muerte de Heath Ledger. Y sin duda valió la pena.

En Blue Valentín se mezclan dos tiempos, pasado y presente de una relación afectiva en su punto más álgido. Se juega con las imágenes trasportándonos a cuando la relación entre ellos surge con esa intensidad del primer beso y el primer atardecer para luego devolvernos al crudo presente donde la comunicación entre ellos es nula y ambos se lastiman terriblemente sin que por ello olviden el gran amor y los recuerdos que hubo entre ellos. Tiempo plasmado en imágenes a las que nosotros, espectadores, somos constantemente guiados.

Sin duda es una historia bella porque así de bello es el amor, el amor realista y verdadero con problemas y heridas que Cianfrance logra capturar tan bien en esta cinta.
Luchar por una relación nunca ha sido fácil y todos (humanos que somos), hemos experimentado el hastío y el dolor de una separación. Esa encrucijada donde se está entre la espada y la pared al borde de un abismo cuando estamos más concientes de que el alma existe: porque nos duele.

Pareciera que en estos tiempos que corren todo es exprés, que las relaciones son desechables y ya nadie lucha por lo que ha tomado tanto tiempo y esfuerzo construir. Hay una escena -casi al final-, donde están al punto del rompimiento y en eso ella le dice que es mejor despedirse a que su hija viva viendo como se dañan mutuamente. Entonces él la abraza fuertísimo, llorando, con ese abrazo de terrible dolor que se sabe será el último. Mientras tanto ella recuerda cuando se casaron y su bebé venía en camino, y el la abrazaba con la misma intensidad y cariño, pero ante circunstancias completamente diferentes.

¿Qué se puede hacer si el amor es el mismo que hace muchos años, pero por costumbre o heridas acumuladas ya no es posible seguir juntos? A ese punto, cuando sólo un fino hilo nos mantiene unidos, ¿tendrá sentido luchar por una relación donde hubo –hay- tanto amor de por medio, pero las heridas son evidentes?

Mientras termino de escribir estas tonterías, pienso en ese abrazo, el que se sabe el último. Y duele.

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mercoledì, gennaio 19, 2011

Sueños sobre ruedas

Tuve unos días de vacaciones en los que, verdaderamente me dediqué por completo al ocio y al levantamiento de cuchara y tarro. Esto no tendría nada de novedoso a nos ser que en un año me la he pasado currando sin parar, como un negro de antaño (pero con el cuello blanco -o semi blanco-).

 

Sucede que el año pasado me la he pasado en el escritorio frente al ordenador imaginándome bajando por las veredas de Hidalgo (alguien que conozca los verdes bosques del parque nacional el chico sabrá de su tremenda belleza). Me imaginaba en un club de mountainbike subiendo a la cima de sus espectaculares montañas y empinadas veredas, con la piel sudada y mi jersey empapado. Respirando la vida del verde que aun queda en nuestra agonizante Gaia.

 

Explorando en mi mente las veredas inexploradas montado en mi bici de montaña con mis perros tras de mi hasta que me tumbaba junto a un río y descalzaba mis pies, y acariciaba las piedras de río con ellos. Recolectaba obsidianas del monte volcánico "El Zembo" que hay regadas por doquier y, cuando llegaba a la cima de la montaña "El contadero" admiraba ese azul intenso que termina con las montañas hidalguenses que se pierden en el infinito. ¡Todo un conquistador!

 

Y de pronto, tras este orgasmo mental volvía el ruido de los ordenadores, el sonido de los blackberries, caras largas y horarios extenuantes.

 

¿Por qué hago un recuento de estos sueños? Porque se me hace curioso como, llevé un año soñando con estos momentos y ahora que por fin tuve unos días de vacaciones todo lo que hice fue quedarme en cama.

 

Hago una lista de cosas que pudieran justificarlo, pero sólo se me ocurre compararlo con mis cuyos, están encerrados en su jaulita donde tienen comida y agua y cuando por fin los dejo libres a caminar por la duela de la habitación, se quedan quietos: aterrados.

 

Y usted, amigo lector ¿a qué espera para conquistar el mundo?.