sabato, gennaio 09, 2010

De los días lluviosos

Hoy me levanté, como cada día sin ganas. Hice las mismas actividades cíclicas que se han vuelto ya tan cotidianas. A prisa me cepillé los dientes y me puse el traje que toca los lunes. Crucé el mismo parquecito con la novedad de que este hermoso clima frío --cortesía del global warming- ha llenado de rocío las hojas de los árboles y las aceras despiden un pequeño vapor por las mañanas. Cogí el metro y he visto las mismas caras tan distintas unas de otras: obreros, chicas de limpieza, la secretaria, la mamá soltera, cada uno con un mundo distinto (que a veces me gusta intentar adivinar) pero con una misma cosa en común: el sopor de la monotonía.

Después de diez minutos de viaje salí arrastrando los pies y apretando las manos, subí las escaleras sin apartar la mirada del suelo. Apenas alcancé el autobús que va al laburo. Me senté al final del pasillo recargando la cara en la ventanilla. ¡Si vieras que rico siento cuando mi frente siente el cristal helado! Me da la sensación de seguir vivo, hermanita.

Y es que, a veces me siento como uno de esos ratones enjaulados que corren en una rueda sobre su mismo eje. ¿Has sentido alguna vez que no eres feliz, que tienes todo para serlo pero que por algún modo llegas a casa y solo quieres que el día termine para apagar la luz?

A veces, hermanita, me dan ganas de abordar un tren, un barco o simplemente una vereda verde en algún camino rural que no conduzca a ningún lado y sin saber si tiene regreso. Como esa escena de Eternal Sunshine of the Spotless Mind cuando Jim Carrey pierde el tren que va a su trabajo y sube a uno sin saber a donde se dirige y sin necesitar saberlo.

Que vueltas da la vida. Anteayer me escribió la prima y me contó que la abuela falleció. La vida es un instante y cada día que pasa siento que corre más a prisa. Tengo ya tanto tiempo de no verte y no sabes como quisiera poder hablarte e invitarte un café en uno de estos días fríos, lluviosos y grises que tanto nos gustan. Decirte que te extraño y que las cosas pasaron tan a prisa que nunca pude explicarte (quizás nunca lo haré). Pero te extraño, siempre te he llevado en el alma, tan parecidos somos.

Ya casi no recuerdo a mami, casualmente solo conservo los peores recuerdos, la vía al entierro, la primera noche que dormí solo después de tanto ajetreo en los preparativos para el funeral y la soledad que le precede. De lo poco que conservo con nostalgia mezclada con imágenes algo distantes es cuando los primos llegaban y mami preparaba ese mole rojo que le salía tan rico, cuando nos íbamos al campo frente a la casa a explorar el árbol más grande y mami me regalaba chocolates. ¿Será por eso que nunca han dejado de gustarme?. Los días lluviosos como hoy en que salíamos a mojarnos en los charcos y a disfrutar del campo lleno de pasto verde y húmedo.

Acapulco lo recuerdo con tristeza por los viajes que hicimos con ella y después que nos dejó (cuando yo tenía diez años y tu ocho) siempre que he vuelto por alguna razón he llorado ante ese aire cómplice que siempre me ha traído su perfume. El olor de su piel.

Quizás algún día volteemos la mirada al río del tiempo y juntos --los tres- riamos de lo que pasó. Dejarlo pasar, olvidarlo... y soltarlo en el agua.

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La vida cambia rápido.
La vida cambia en un instante.
Te sientas a cenar, y la vida que conoces se acaba.
El tema de la autocompasión.

El año del pensamiento mágico - Joan Didion.

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