mercoledì, aprile 29, 2009

Hoy me ha tocado guardia en la oficina, las calles desiertas y los pocos peatones osados que imagino en búsqueda de comestibles apresuran el paso con sus cubre bocas.

Escuelas, restaurantes, gimnasios, iglesias, parques, centros comerciales, todo cerrado, toda actividad económica paralizada y millones de mexicanos que viven al día, que subsisten de las propinas generadas por el turismo y la industria restaurantera tienen desde ya otro problema evidente: alimentar a sus familiares, y es que, de la mano de este virus han llegado los fuertes problemas económicos que ya de por si eras difíciles, ahora son desoladores pues de continuar se prevé una quiebra masiva de pymes y un despido considerable en medianas y grandes empresas.

Estos días en casa he experimentado un silencio ensordecedor, la gente en sus casas prefiere no hacer ruido, como si de evitar la atención del virus se tratara, como guardando luto, como ocultando su miedo. Los programas nacionales en tv abierta que no hablan del tema, intentan entretener a la población tras una sonrisa que no disfraza una macabra mueca de miedo.

Y entre cifras confusas los rumores abundan: que si Donald Rumsfeld -secretario de defensa de Bush-, dueño de los laboratorios que ahora abastecen los retrovirales (tamiflu) para esta nueva pandemia que él mismo ha creado; que si el científico Fred Hoyle afirma que es un virus que viene del espacio mediante el viento solar; que es producto del calentamiento global; que si surgió en Veracruz por una trasnacional porcicultora gringa cuyas condiciones insalubres ya habían sido denunciadas anterior a su aparición; que si el SIDA mutó, que si vino de Asia....

A partir de mañana ya no me presento en el trabajo y me siento encerrado entre las cuatro paredes de la habitación, leyendo los periódicos con miedo, miedo por la gente y su fuente de trabajo, por los niños y un futuro determinantemente incierto, de que las cosas empeoren y venga el terror social y la escasez de alimentos lleve al desabasto y al cierre de todo establecimiento, y el peor, morir solo en una camilla de hospital, en cuarentena.

Por ahora en México seguimos en la incertidumbre, con las autoridades que no terminan por responder a ciencia cierta porque en EU ya tienen la cifra exacta de infectados y de muertos y aquí siguen con sus "posibles casos", porque la infraestructura no les da y seguimos sin saber si terminar de vaciar las tiendas de comida con compras de pánico o esperar detrás de la puerta de nuestras casas con algo para defender nuestros víveres.

La realidad es que no necesitamos poner una fecha basada en predicciones inciertas como 2012 para saber que la humanidad vive sus ultimas décadas, resultado de 60 billones de seres humanos que deberían ser solo 500 millones (8%) y de un sistema socioeconómico desigual que ya no tiene más soporte.

Tampoco es necesario leer profecías para saber los métodos: Desaparición de glaciares, aumento en niveles de mares, huracanes, terremotos, pandemias, desempleo, migración desbordada, hambrunas, el asteroide Apophis que pasará aun más cerca que los satélites artificiales, el cambio científicamente comprobado en la polaridad de la estructura magnética del planeta y la migración de aves, las constantes explosiones solares...

Evidentemente sabemos que los que no perezcamos por alguno de los anteriores una cosa es segura: lo tendremos difícil, serán tiempos de escasez, lucha, competencia y miedo.

Por ahora no queda más que conservar la calma e intentar sobrellevar -del mejor modo posible- toda esta situación tan penosa, ser un poquito positivos para enfrentar al mal tiempo con buena cara, intentar dormir en medio de ese silencio sórdido que solo se interrumpe con helicópteros y sirenas de emergencia.

martedì, aprile 21, 2009

Requiem

Otoño siempre ha sido mi estación favorita, quizá por lo nostálgico de la temporada, las hojas ocre, los tonos naranja y verde olivo, el viento frío (más no helado), el olor a tierra húmeda (más no hecha lodo), las veredas, los gigantes verdes, testigos de este hermoso sitio.

Conforme se acercan las temporadas de sol extenuante, algo me hace sentirme triste, si, mi compañero el otoño aun está lejos, no dejo sentir esa especie de estrés, de nerviosismo e ira, de emociones contenidas a tope, pidiendo salir, creo que es cierto, me atemoriza su desencuentro.

Y es que, con un poco de suerte uno llega -cumpliré tres décadas este fin de año-, y no sé, tal vez inconcientemente los pensamientos del final de mi existencia me asaltan como sombras encontradas en callejones sin salida. Pienso en lo que he hecho, en el tiempo que he aprendido, cuando he bajado al río y me descalzo para meter los pies, para que el agua helada me recuerde que siento, que estoy vivo. Imagino los colores, el azul del cielo con sus formas caprichosas de algodones blancos danzando en el cielo como una arietta, la forma en que los árboles se mecen con el viento en esa soledad que solamente un bosque brinda... he escuchado sus secretos, él ha escuchado los míos.

Y al igual que ese acopio de experiencias invaluables, inevitablemente llegan también las decepciones, las metas sin cumplir, el dolor de una ruptura, la tierra sobre el cuerpo de mi madre, la memoria de su suave caricia, la añoranza de una familia que ha quedado atrás, en el olvido de un libro antológico que en días de excesivo sol como hoy, abre sus hojas de par en par para recordarme que les hecho de menos, que cierro los ojos y vuelvo a cenar una navidad rodeado de ellos, arropado por su calidéz.

Poco a poco caigo en cuenta que ya no soy ese soñador que vuela alto, y que, ahora vienen a mi mente cosas que nunca pasaban por mi cabeza, cosas como que tal vez un día cualquiera, un día de estos mi tiempo aquí concluya y debo comenzar a hacer arreglos para cuando eso pase, trámites para que lo que tengo sea para mi pareja, arreglos sobre lo que quiero que se haga con mi cuerpo, cartas, tal vez, para mis seres queridos, ¿hay algún manual para todo esto?, ufff! qué difícil!

Lo cierto es que de pronto te das cuenta que los días pasan a prisa, y sin darte cuenta has madurado y compartes lo mismo las alegrías y sutilezas de las experiencias así como aquellos aprendizajes que han pasado de largo. Tiempo, espacio, felicidad, nostalgia, todos ellos precipitandose como las olas tempestuosas en una quebrada, conformando la suerte de haber estado alguna vez con vida.

El otro día mi novio me hablaba de todos los recursos del planeta que se extinguen a paso veloz por la sobrepoblación y la falta de conciencia humana, me hablaba de tantas bellas artes perdidas que será como que nunca existieron, le dije que me vino a la mente una cita de Fernando Vallejo, que dice que qué le importa que se extingan las bellas artes si de todas formas se va a morir, y si uno le piensa un poco, tal vez tenga algo de sentido, porque el planeta, como nosotros mismos y como todo lo que conocemos tiene un tiempo, y por largas a cortas que sean las distancias, todo ha de terminar.

Porque así es vivir, serpentear entre los dilemas de existencialismo para disfrutar lo único que tenemos seguro: hoy tenemos vida.