giovedì, marzo 03, 2011

Blue Valentine



Hacía tiempo que había visto publicidad sobre la cinta "Blue Valentine", incluso leído sobre artistas que se han inspirado en ella para crear composiciones. ¿Por qué? me preguntaba. Definitivamente las películas con tópicos del amor anodino no son mi fuerte. Por el contrario, lo que me va bien son las historias desgarradoras y pasionales, porque el amor no es como Hollywood lo pinta.

O lo pintaba.

Hay piezas de arte que llegan para quedarse, para cambiar tu vida y dejarla detenida en el diván de la memoria. Recuerdo un tiempo no muy lejano cuando pasaba momentos bien difíciles y entonces escribí un texto que me ayudaría a exorcizar mis demonios internos con un nocturno de Chopin como música de fondo y que fue de gran ayuda para sanar esas heridas y no solo paliarlas.

Con el cine me pasa algo parecido, nunca olvidaré lo mucho que lloré con 2046 en la contemplación de un androide y su mirada perdida, o las cicatrices internas de Sarah Polley cuidando a Tim Robbins en La vida secreta de las palabras de Isabel Coixet. La vida aventurera (y hasta cierto punto despiadada) de Natacha Régnier en la vida soñada de los Ángeles o una danza (monte Fuji de testigo) de alguien que añora a su gran amor: "La flor de los cerezos".

Ayer, con Blue Valentine me pasó algo que hace mucho no me ocurría, que una peli fuera despiadada y me destrozara sin piedad. En esta joya del cine independiente norteamericano dirigida por Derek Cianfrance, quien tuviera que esperar a que la simpática Michelle Williams se repusiera de la repentina muerte de Heath Ledger. Y sin duda valió la pena.

En Blue Valentín se mezclan dos tiempos, pasado y presente de una relación afectiva en su punto más álgido. Se juega con las imágenes trasportándonos a cuando la relación entre ellos surge con esa intensidad del primer beso y el primer atardecer para luego devolvernos al crudo presente donde la comunicación entre ellos es nula y ambos se lastiman terriblemente sin que por ello olviden el gran amor y los recuerdos que hubo entre ellos. Tiempo plasmado en imágenes a las que nosotros, espectadores, somos constantemente guiados.

Sin duda es una historia bella porque así de bello es el amor, el amor realista y verdadero con problemas y heridas que Cianfrance logra capturar tan bien en esta cinta.
Luchar por una relación nunca ha sido fácil y todos (humanos que somos), hemos experimentado el hastío y el dolor de una separación. Esa encrucijada donde se está entre la espada y la pared al borde de un abismo cuando estamos más concientes de que el alma existe: porque nos duele.

Pareciera que en estos tiempos que corren todo es exprés, que las relaciones son desechables y ya nadie lucha por lo que ha tomado tanto tiempo y esfuerzo construir. Hay una escena -casi al final-, donde están al punto del rompimiento y en eso ella le dice que es mejor despedirse a que su hija viva viendo como se dañan mutuamente. Entonces él la abraza fuertísimo, llorando, con ese abrazo de terrible dolor que se sabe será el último. Mientras tanto ella recuerda cuando se casaron y su bebé venía en camino, y el la abrazaba con la misma intensidad y cariño, pero ante circunstancias completamente diferentes.

¿Qué se puede hacer si el amor es el mismo que hace muchos años, pero por costumbre o heridas acumuladas ya no es posible seguir juntos? A ese punto, cuando sólo un fino hilo nos mantiene unidos, ¿tendrá sentido luchar por una relación donde hubo –hay- tanto amor de por medio, pero las heridas son evidentes?

Mientras termino de escribir estas tonterías, pienso en ese abrazo, el que se sabe el último. Y duele.

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